Carlos
A. Loprete, TÉ CHINO
Hay muchas cosas que
las personas no saben y debieran saberlas, como ser las ventajas que tiene el
té chino sobre los demás del mundo. Al menos eso se dice aunque nadie haya
podido demostrarlo, y mucho menos yo, que no acabo nunca de contar las cosas
que no sé. Pero no me preocupa en lo más mínimo esta deficiencia porque otros
más deficientes que yo –deficientes totales- viven cómodos en su ignorancia
porque ni siquiera saben que son ignorantes.
A mí tampoco me importó nunca el tema del
té, pero por hacerle un favor a un amigo consagré unos días de los pocos que
tengo disponibles para vivir, a la investigación de esa planta y su
correspondiente infusión. Lo escribí y se lo entregué, hasta que me vino en
mente la idea de difundirlo para que se informen otras personas.
Para principiar, debo decir que la
historia del té comienza hace unos 2.500 años, sin lugar preciso de nacimiento,
pues bien podría haber sido China continental, Taiwán, Nepal, Kenia o Japón. Lo
cierto es que el té chino es el más famoso en nuestros tiempos, haya nacido o
no en algunos de esos países. Con él ha sucedido algo similar a la piedra
china, que la opinión pública cree que sirve para raspar los callos mejor que
cualquier otra piedra del mundo. Se considera que el té es una bebida
estimulante o alimentaria, preferida en Oriente al café, y en su historia ha
pasado al Occidente. Pero esta peregrinación terráquea ha provocado
interesantes fenómenos históricos. Me atrevería a afirmar que los dos sucesos
más curiosos ocurrieron en Japón e Inglaterra.
El té fue a lo largo de los siglos –y
sigue siéndolo-, té blanco, té negro, té rojo, té verde, según sea el proceso
de preparación. Explicaré a continuación dos de los fenómenos culturales más
típicos de esta infusión, uno oriental y otro occidental, para no despertar
sospechas sobre mi imparcialidad.
El oriental es la ceremonia del té en
Japón. Dicha ceremonia únicamente puede ser aprovechada si el concurrente tiene
conocimientos previos de kimonos, caligrafía, arreglos florales, cerámica e
incienso, porque de no ser así, no le aprovechará la concurrencia. Si no lo
invitan particularmente los administradores de los locales, las bellas
japonesitas que lo practican se limitarán a cumplir con las funciones
asignadas. El ritual dura cuatro horas y en ella le sirven té verde en vasitos
de porcelana. El concurrente debe saber apreciar la armonía de los kimonos, el
diferente sabor de la infusión en un recipiente de porcelana, el aroma
espiritualizador del incienso quemado, la belleza de los arreglos de la sala y
el efecto estético de la caligrafía pintada en muros y demás sitios. Si no está
capacitado para apreciar estos matices, el equipo de actuantes lo considerará
un turista intruso, lo dejará sin su fajo de dólares y lo dejará librado a su
ignorancia.
La ceremonia más famosa del té en
Occidente es la inglesa, conocida como five o’clock tea, que no se realiza a
las cinco de la tarde sino a las cuatro, vaya uno a saber porqué. Las damas
anfitrionas preparan té en hojas o hebras, arrojadas en agua al primer hervor y
lo sirven en vasos de porcelana evitando todo contacto con metales para no
contaminar la infusión. Una vez servido puede valerse el huésped de la
cucharita, poniendo sumo cuidado en no chuparla, signo demostrativo de muy baja
condición cultural penada con la expulsión de la comunidad culta. ¿Si imagina
el lector viviendo en Inglaterra, Escocia o Irlanda con la fama de chupador de
cucharitas?
El tránsito más conocido del té de Oriente a
Occidente ocurrió en Boston, Estados Unidos. El suceso se conoce como “el motín
del té”, en el cual los habitantes de la colonia inglesa arrojaron los fardos
de esa planta, como rebelión ante los impuestos excesivos que la madre patria
exigía de sus súbditos coloniales. En represalia por la extorsión de la madre
patria, los estadounidenses adoptaron la desviación inventada por
Thomas Lipton, consistente en el té en bolsitas. Para sacudir todo
vestigio de imperalismo, los estadounidenses inventaron más tarde, los
saborizantes (con gusto a la fruta apetecida), los gasificantes, los colorantes
(todos los del arco iris), el té frío, con hielo o sin él, y el té con alcohol,
vodka, ginebra, colas, hojas de coca, fernet, etcétera.
En Europa occidental los italianos se
definieron por el café, caffé, en sus
múltiples versiones y hasta ahora tiene sus propios enclaves de venta en todo
el mundo.
En Latinoamérica el té no ha tenido gran
suerte que digamos. No ha logrado desplazar al mate en bombilla, que continúa
con su privilegio de bebida estimulante, y cuenta con el apoyo del termo, que
permite transportarlo de un lugar a otro.
La competencia entre el té, el café y el
mate continúa en nuestros días. No se sabe cuál producto ganará la preferencia,
aunque no es desorbitado pensar que pudiera ser una mezcla de los tres con
algún otro agregado.
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