Juan
de Zabaleta ERROR VIII (La mujer poeta)
En tiempo de Dionisio
Siracusano hubo una mujer llamada Erina, natural de una isla cuyo nombre es
Telos. Ésta era muy inclinada a los estudios y muy entregada a la poesía. No
hacía otra cosa más que versos. Escribió un poema y muchos epigramas. En esto
gastó su vida. Celébrala Propercio y acuérdala Ravisio Textor.
DISCURSO
No sé qué me diga de la
poesía. Llamarla locura parece engaño, porque no se puede obrar sin grande
entendimiento. Llamarla cordura es error conocido, porque hace a los hombres
inútiles y desatentos. Trabajar mucho en no hacer nada, es desatino patente.
Este desatino hacen los poetas, ¿cómo tendré ánimo para llamarlos cuerdos? Que
grandes versos no se pueden hacer sin entendimiento grande es verdad infalible,
y tan infalible verdad que los malos no se pueden hacer sin tenerle bueno. La
prueba es fácil. Oigan en prosa a los malos poetas y los oirán hablar con muy
buena razón. Pues si para ser poeta sin nombre es menester entendimiento más
que ordinario, ¿qué entendimiento será menester para ser buen poeta?
No fuera tan culpable
la poesía si se hiciera como se lee. Léese por ociosidad y ella no se hace sin
grande ocupación. Quien no quiere hacer nada, lee un soneto; quien se determina
a molerse, le hace. Entre cuantas obras hay del entendimiento, ninguna se
apodera con tanta crueldad del hombre. Tanto es lo que se trabaja en esto que
revienta de fatiga la humana capacidad y se sale de sí misma. En nada se echa
tanto de ver que el escribir versos es locura como en esto, pues los hacen los
hombres estando fuera de sí.
Que es mayor el trabajo
de la poesía es tan indubitable que, si a alguno de los hombres doctos en
teología o en la jurisprudencia, que hacen versos con mucha destreza y mucha
gracia (que hay entre ellos muchos que los hacen), le dijesen a un mismo tiempo
que respondiese por escrito a una duda gravísima de su facultad y que
escribiese unas décimas a unas manos blancas, trabajaría mucho menos en
responder a la duda, siendo obra loable, que en escribir las décimas, siendo
obra vacía. Dichosos ellos, pues no hacen las décimas, sabiendo hacerlas, y
desdichados de los versos, pues sabiendo ellos hacerlos, no los hacen.
No sé cómo no hay quien
se avergüence de escribir versos, viendo que, si lo que dicen en ellos lo dijera
hablando en prosa, le tuvieran todos por loco. La naturaleza siempre está
opuesta a lo malo, nunca lo aplaude; si el antojo lo sigue, es sabiendo que
yerra. La naturaleza está opuesta a la poesía. Vese claramente en que, para
preguntar un hombre a un poeta si escribe algo, sin poder más consigo, se lo
pregunta sonriéndose, como burlándose de lo que pregunta.
¡Oh, si yo fuera tan
bien afortunado que, a la juventud de España, principalmente a la que está en
las universidades, pudiera persuadir a que no se ocupase en ocio tan moledor y
en tan desaprovechada fatiga! Que si yo fuera tan bien afortunado que se lo
persuadiera de aquellos entendimientos que trabajan en hacer locuras,
entregados del todo a lo útil en que allí se trabaja, sacara España gloriosas conveniencias.
No hay, en fin,
sustancia en la poesía; nada de cuanto dice importa nada. Como música deleita,
como ignorancia ofende. Las cadencias hacen gusto, las palabras hacen enfado.
La necesidad de los números y de las consonancias obliga a introducir muchas
voces o sobradas o forzadas o impropias. El oficio de la poesía es fingir lo
que es o figurar lo que es, de tal manera que quede en otra especie. La
mentira, de mentira a fuera, es nada. Nada es la poesía en apartándola de los
números. Algunas veces quiere ser algo y, entonces, es algo malo, es sátira o
lisonja. La sátira es murmuración y toda murmuración es vileza. Son los poetas
satíricos unos testigos falsos que, donde no hay delito, lo ponen, y donde hay
delito, ponen más delito. ¡Infame defecto! La lisonja es tan dañosa que hace de
los entendidos bobos y de los bobos locos. El entendido, a quien alaban de lo
que no tiene, bien sabe él que no tiene aquella perfección de que le alaben,
pero se emboba de suerte con la dulzura del sonido que se alegra de que le alaben,
como si la tuviera. El bobo, a quien la lisonja ensalza, cree cuanto le dice la
lisonja y vuélvese loco. De manera que la poesía, si no alaba o vitupera, no es
nada, y si alaba o vitupera, es perniciosa.
Juntemos, pues, ahora
las propiedades de la poesía con los defectos y propensiones de una mujer y
veremos lo que resulta. Miedo me da pensarlo. En la poesía no hay sustancia, en
el entendimiento de una mujer tampoco: muy buena junta harán entendimiento de
mujer y poesía. La necesidad de las proporciones obliga a poner en la poesía
muchas palabras o impropias o forzadas o sobradas. La mujer, por su naturaleza,
no sabe poner nada en su lugar; mírense cuál estarán sus palabras en las
dificultades de la poesía. El oficio de la poesía es fingir, el ansia de la
mujer es maquinar; darle por obligación la inclinación es acabar de echarla a
perder. Cuando la poesía es sátira, es murmuración, es chisme. La mujer
naturalmente es chismosa; si la añaden la vena de poeta, no parará de hacer
sátiras con que ande chismando al mundo las faltas ajenas. Cuando la poesía es
lisonja, es estrago de los entendimientos. Lisonja en labios de mujer hace más
daño que lisonja; porque de un hombre se puede presumir que inventa las
perfecciones que pinta, pero de una mujer, como es menor su capacidad, se
piensa que pinta las perfecciones que halla. De donde se colige que, si la
lisonja ordinaria hace de los entendidos bobos, y de los bobos locos, ésta hace
locos de entrambos, porque entrambos la creen muy aprisa. De suerte que la mujer
que es poeta jamás hace nada, porque deja de hacer lo que tiene obligación, y
lo que hace, que son versos, no es nada. Habla más de lo que había de hablar, y
con más defectos y superfluidades. Añade otra locura a su locura. De día y de
noche está maquinando disparates que, sobre los que ella había de maquinar,
hacen desatinadísimo tropel de quimeras. Si alguien la ofende, no cesa de
hacerle sátiras. Si ha menester a alguien, le enloquece o le emboba a lisonjas.
Esto hace una mujer que hace versos: ¡buena debe de andar su casa! Mas, ¿cómo
ha de andar casa donde, en lugar de agujas, hay plumas y en lugar de
almohadillas, cartapacios? Yo apostaré que una mujer déstas, las sábanas que
rompe de noche buscando, a vuelcos, los conceptos, no las remienda de día por
escribir los conceptos que buscó entre las sábanas y leérselos a sus conocidos.
También apostaré que, si estando escribiendo ve que se le cae un hijo en la
lumbre, por no levantar la pluma del papel, le socorre tarde o no le socorre.
¡Fuego de Dios en ella!
La mujer poeta es el
animal más imperfecto y más aborrecible de cuantos forman la naturaleza, porque
no hay animal de tantas tachas que no sea bueno para algo, sola ella no es
buena para cosa desta vida. Esto asentado, veamos ahora, por qué alaban a
Erina, Propercio y Rabisio. Claro está que porque hacía versos. Por lo que
ellos la alaban, si me fuera licito, la quemara yo viva. A1 que celebra a una
mujer por poeta, Dios se la dé por mujer, para que conozca lo que celebra.
De Errores celebrados,
1653
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